Doyle tomó una larga bocanada del fresco aire de la mañana. Echado sobre el asiento y jugando con una hoja, comenzaba a alegrarse por haber desertado.
De todos modos, Titania nunca le había caído bien, ninguna autoridad lo hacía. Si se había alistado en aquella locura de campaña era porque debía dinero, pero allí en América nadie podía reclamarle nada (o eso esperaba).
Para ser honesto, lo único que realmente había mejorado su humor era que el wendigo ahora tiraba del carro y no él.
Se incorporó y observó la cristalina superficie del gran lago que había a la derecha de la carretera.
—¿Tienes idea de a dónde nos dirigimos? —le preguntó a su compañero—. Esto no parecen los Estados Unidos.
Peck se quitó la pipa de la boca y observó a su alrededor.
—Mi instinto me dice que hacia el norte —dijo asintiendo, como si con ello lo dejase totalmente claro.
El púca se tiró de los cuernos. Aquel embrollo en el que se habían metido había sido su idea y, pese a ello, parecía que era al que menos le preocupaba. Hasta el cazador parecía más implicado en aquella misión que su compañero.
Se asomó hacia atrás y le miró. Les seguía a pie, cerrando la comitiva.
—¿A dónde nos llevas, cazador?
—Toronto —respondió con sequedad—. Habrá que dar un pequeño rodeo, no puedo dejar que me vean en suelo estadounidense con vosotros.
Peck se recostó en el asiento y soltó el humo de su pipa con una risotada.
—¡Toronto! ¿Qué mejor lugar para que un leprechaun desertor pase desapercibido que una ciudad llena de ciudadanos irlandeses y soldados británicos?
—No le es suficiente intentar matarnos, ahora quiere matarnos del todo —se quejó Doyle levantando la lona de la carreta para alertar a la muchacha.
Ella asomó la cabeza al exterior.
—El cazador gris siempre tiene un plan, eso dicen las historias —repuso con convicción.
Warren miró al cielo y aceleró el paso hasta llegar a la altura del resto. Agarró la cinta de su fusil con ambas manos y fijó la vista al frente, donde el camino se perdía entre el relieve del paisaje.
—Las historias sobre mí no siempre dicen la verdad, ya la he avisado, señorita—. El hastío había impregnado su voz seca y átona.
—Pero esta vez no se equivocan, ¿verdad?
Warren suspiró, parecía odiar que alguien que no fuese él pudiese tener la razón.
—Hay varios changelings y amigos de los fae entre los irlandeses de Toronto, pero no podrán informar a Titania. Los ataques de la Hermandad Feniana han puesto a las tropas británicas bajo alerta, estarán vigilando de cerca a las comunidades irlandesas.
—¿De qué nos sirve librarnos de mis antiguos camaradas si aun así nos estamos metiendo en la boca del lobo? —preguntó Peck—. Ya sabemos que Sol del Mediodía ha infiltrado a sus secuaces entre las milicias canadienses, acabarán con nosotros si nos encuentran.
La muchacha miró al cazador con un gesto risueño, segura de que su plan no acababa en eso, debía haber más. Y no se equivocaba.
—Si nos encuentran —repitió Warren—. He ahí la diferencia, que la Corte de Polvo de Sol del Mediodía, por peligrosa que sea, no anda buscándonos. Allí podremos coger el tren hasta Montreal y, con suerte, llegaremos antes que nuestros enemigos. Allí nos separaremos.
—Genial, supongo —refunfuñó Peck mientras volvía a recostarse y se llevaba la pipa a la boca—. Despertadme cuando lleguemos.
El wendigo se agitó y el leprechaun casi se traga la pipa. Parecía que compartía opinión con Doyle sobre lo de ser la mula de carga.
—Buen chico —le dijo Warren mientras le acariciaba el cráneo.
Cuando el cazador se dio la vuelta, se encontró con la muchacha observándole fijamente, con la barbilla apoyada sobre las palmas de sus manos.
—Parece que habéis hecho buenas migas después de todo —comentó, alzando las cejas. Warren le dio la espalda y continuó caminando a la altura del wendigo—. ¿Vas a ponerle un nombre?
—Es un wendigo, no tiene por qué tener nombre.
Doyle pareció tomarse aquello como una ofensa personal.
—¡Es el wendigo que está cargando con nosotros, yo creo que se merece un nombre!
Warren suspiró y volvió a acariciar a la bestia.
—Smith —dijo con desgana.
—Es un nombre tan soso como un tazón de avena —intervino Peck—. Ten en cuenta que los nombres albergan un gran poder, cazador. ¿Crees que ese debería ser su nombre?
Warren asintió, muy serio y convencido de su elección. Continuó andando, abriendo el paso al resto.
Ellos guardaron silencio, por lo que la conversación acabó muriendo en aquel momento.
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