top of page
Buscar

Cazador Gris - Escena II

Dicen que los leprechaun dan suerte, lo que puede llegar a ser un verdadero tormento para ellos. Sin embargo, a Warren aquel pequeño empujón en su cacería le vino de perlas.

Tras una furtiva caminata entre los árboles, ascendió una pequeña loma desde la que tenía una vista despejada a la fuente de aquella luz. Se agazapó entre un arbusto, preparó su arma de confianza y se quedó observando aquella fogata desde lo alto, esperando el momento perfecto. Solo dispararía si tenía la total certeza de que daría en el blanco.

Junto a la fogata veía un viejo carromato sin ningún animal que tirase de él, con la lona manchada de salpicaduras de barro y con algún que otro agujero de bala. De detrás de él salió el leprechaun, cargando con leña que usó para avivar el fuego.

—Podemos permitirnos descansar un rato, pero no debemos dejarnos llevar —decía él con un característico acento irlandés mientras sacaba una pipa de su bolsillo—. Aún nos deben estar siguiendo, así que cuanto antes continuemos, mejor.

Se escuchó un bufido que inundó todo el claro donde estaban. De no haber visto lo que lo había producido, Warren hubiese pensado que el sonido provenía de su lado. Era una masa informe y peluda que, en cuanto se acercó a la luz del fuego, tomó una apariencia más o menos reconocible. La manera más sencilla de describirlo era diciendo que era un mono con cabeza de carnero, sin embargo, quedarse solo con esa explicación no desentrañaba ni la capa más externa de la realidad de aquella criatura.

«Púca» gesticuló Warren al reconocer lo que era aquel ser. No veía uno desde que era un niño, pero sabía lo molestos que podían llegar a ser si les robabas su comida (lo sabía por experiencia).

—Sí, sí —dijo el púca—, mucha prisa tienes ahora, pero el que ha estado cargando de la carreta desde que dejamos el poblado he sido yo.

—No berrees tan alto o la despertarás, zoquete —le reprochó el leprechaun, dando después una calada a su pipa, como si en realidad nada de eso fuese con él.

El púca resopló y se cruzó de brazos.

—Sabes que podría marcharme y dejaros tirados, ¿verdad? —repuso en tono más bajo—. Todo esto fue idea tuya, si hubiese sido por mí, la hubiese dejado desangrarse.

—Bah, pamplinas. Sabes que no tienes otra opción que seguir adelante con esto. ¿De verdad te atreverías a volver ante Titania después de lo que ha pasado?

Los ojos de cabra del púca se entrecerraron, asemejándose extrañamente al fruncir de ceño de un humano.

—Te odio.

—Lo mejor que haces —le respondió su pequeño compañero, que inmediatamente después soltó una pequeña nube de humo con forma de trébol.

Warren necesitaba más información. Podían ser ellos dos nada más, diez o incluso cientos; necesitaba saberlo, pero no iba a volver a tener una oportunidad como aquella para disparar. Tragó saliva, contuvo la respiración, puso el ojo sobre el cañón, alineado con ambas criaturas y…

El disparo rompió el silencio, pero no dio en el blanco. Un grito aterrador acompañó el eco de la descarga.

Una bestia se había lanzado contra Warren, haciéndole rodar montículo abajo hasta el campamento. Logró frenarse y sacó su cuchillo de caza, pero no le sirvió de mucho contra el cráneo de ciervo de afilados colmillos que había comenzado a forcejear con él.

Un wendigo, lo único para lo que se creía preparado aquella noche y resultó ser lo que chafó al completo su cacería.

A pocos metros oía gritar al púca y al leprechaun, pero tenía cosas más importantes que atender a su conversación. Se giró y logró ponerse sobre la bestia, pero esta era más fuerte y volvió a aferrarle, a pocos centímetros de la hoguera. Sentía el calor abrasador del fuego en su cara, pero no podía moverse, aquello parecía que iba a acabar muy mal. Comenzaba a arrepentirse genuinamente de lo que le había hecho a Smith.

—¡Fus! ¡Fus! ¡Wendigo malo! —dijo de pronto el leprechaun.

Como si de un cachorrito se tratara, la bestia soltó al hombre y se apartó, sentándose en el suelo sobre sus patas traseras.

En cuanto pudo alejarse de la fogata, Warren se alargó a por su fusil y apuntó al wendigo.

—¡Fus! ¡Fus! ¡Humano malo! —repitió el duende irlandés.

Warren se detuvo y volvió la mirada lentamente hacia él, con la boca abierta.

—¿Qué?

—¿De verdad piensas matar a un wendigo indefenso? —Poniendo los brazos en jarra y con aquel gesto de irlandés ebrio, el leprechaun parecía mucho más peligroso que a lo lejos.

—¡Iba a matarme! —repuso Warren, bajando el arma.

—¿Matarte? —se rio el púca con una especie de balido—. Vamos, hombre… Los humanos no sois más que prejuicios con dos patas y sin plumas. ¿Alguna vez has visto a un wendigo hacer daño a siquiera una pixie?

—No, pero…

El púca le chistó, poniéndose el dedo en el hocico.

—Nada de peros. Escucha, los wendigos asustan a los humanos sin querer, esa es su maldición. En el fondo son más inofensivos que un troll petrificado.

Warren miró al wendigo, aquel saco de huesos y oscuridad que no parecía haber roto un plato en su vida. Suspiró y se puso en pie. Su estómago y su mandíbula se relajaron, debía admitir que ya no se sentía tan culpable por lo de Smith.

—Visto ahora, puede que tengas razón—murmuró Warren— pero aún hay algo que no entiendo. ¿Por qué me atacó?

—Oh, muy sencillo —dijo el púca alzando el dedo, dándoselas de listo mientras el leprechaun hacía muecas a su espalda—, un wendigo fue en otra vida un humano malvado, que asesinó a un ser indefenso sin ninguna justificación. En su nueva vida como bestia se sienten atraídos por el olor de la muerte inminente, es así como evitan que otra persona cometa su mismo error.

—Interesante —asintió Warren mientras escurría la mano lentamente hacia su pistolera.

El leprechaun se detuvo a mitad de una mueca. Su unicejo se arrugó y por poco no se traga la pipa.

—Espera un momento… repite eso último, Doyle.

—¿El qué? ¿Eso de que los wendigos solo atacan si ven que alguien va a…? —El púca paró en seco sus palabras y tragó saliva—. Ups…

El inconfundible sonido de un revólver amartillándose les dio la respuesta a la pregunta que ambos se acababan de hacer.

No iba a ser fácil para Warren, prefería no tener que cruzar palabras con sus presas, pero el trabajo era el trabajo, no podía renunciar a aquel encargo ni aunque quisiera, nada iba a hacer que se detuviese. Al menos eso es lo que se dijo a sí mismo en aquel momento.

Entonces, la lona de la carreta se levantó y, con cuidado, bajó una muchacha.

—¿Qué es todo este jaleo? —dijo antes de percatarse de lo que estaba ocurriendo, a lo que reaccionó llevándose una mano a la boca.

—Mi señora, vuelva a dentro por favor, debe descansar —le dijo el leprechaun—, Nosotros nos encargaremos de esto, seguro que es un malentendido.

—Calzonazos, ejem… —murmuró Doyle el púca disimuladamente.

La muchacha no hizo caso, se había quedado de piedra observando la escena. Warren no parecía mucho menos desconcertado; había dejado de respirar sin darse cuenta a la vez que había bajado el arma involuntariamente. Su atención no estaba precisamente puesta sobre las presas.

Era una muchacha bastante normal; probablemente no llegase a la media de altura de las mujeres que conocía y que sus caderas fueran ligeramente más anchas de lo que acostumbraba a ver, pero había poco más destacable en ella.

Llevaba un viejo abrigo militar que le quedaba grande sobre un sencillo vestido de campesina. A pesar del frío iba descalza, con la pierna izquierda vendada y algo ensangrentada.

—¿Eres el cazador gris? —Su voz era suave y cálida, como un abrazo. Sin embargo, aquello no era lo que su expresión reflejaba; le temblaban las manos y su respiración estaba acelerada.

«Cazador gris» se dijo Warren para sí mismo. Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese nombre, pero era cierto que la mayoría de las historias sobre él le conocían por aquel apodo. Gris, ni blanco ni negro, sin lugar entre los humanos ni los fae. Warren siempre había sido diferente, pero no era precisamente por ello por lo que se había ganado aquel sobrenombre; su verdadero origen pocos vivos lo conocían.

La muchacha se acercó a él cojeando y le observó detenidamente, casi inspeccionándole. Warren no se atrevió a moverse, aunque no sabía por qué. Cuando al fin se quedó quieta frente a él, le miró directamente a los ojos y luego asintió.

—Sí, lo eres —murmuró—. Me han hablado mucho de ti.

Warren se había quedado mirando a su barbilla para evitar sus ojos marrones. De cerca, se había dado cuenta de que su cara tenía marcas de pintura azul casi borradas. Eran similares a las de los nativos cree, aunque ella no parecía compartir ningún rasgo con ellos.

—Mi señora —intervino el leprechaun—, considerando que estaba a punto de acabar con nuestras vidas, yo me replantearía seriamente sus últimas acciones.

—Nadie habla nunca de mí —respondió Warren a la muchacha con tono seco, obviando el comentario del feérico.

—Las historias lo hacen.

—Las historias nunca cuentan toda la verdad.

—Pero sí algo de ella.

Warren hizo una sonrisa irónica mientras le ponía el seguro a su arma.

—Felicidades, entonces ya sabe algo sobre mí —le dijo el cazador con un notable tono de hastío, enfundando su revólver y recogiendo su fusil del suelo—. Si no le importa, tengo una conversación pendiente con sus amiguitos del bosque.

El cazador dejó allí plantada a la muchacha y se sentó en un tronco caído junto al fuego, justo en frente del púca y el leprechaun. Abrió su arma para comprobar que estuviese cargada, a modo de amenaza, y fijó su aguda vista en ambos.

—¿Cuántos sois?

Tras la pregunta del cazador, el silencio se volvió a apoderar de aquel lugar, tan solo roto por el leve crepitar del fuego. Ambos seres se miraron y se alzaron de hombros, tratando de decidir quién hablaba primero. Al final fue el leprechaun el que se armó de valor para hacerlo:

—Pues verás, los McMuffin somos una familia bastante prolífica. El abuelo McMuffin, que en paz descanse… no está muerto, sino que invirtió su caldero en acciones del banco de los duendes y se retiró; ahora vive en Escocia con la abuela McMuffin. Bueno, como iba diciendo, mi familia es muy prolífica y resulta que el vigésimo quinto de mis setenta y ocho primos…

El sonido del cerrojo del fusil hizo que se detuviese en seco.

—Sabes de lo que hablo, leprechaun. Las fuerzas de Titania, ¿dónde están?

—Peck, Peck McMuffin si no te importa —respondió indignado—. Y si te refieres al honorable tercer batallón Isla Esmeralda del Ejército de su Majestad Feérica… obviamente nunca no he oído hablar de alguno o ninguno de ellos.

Esta vez, el suspiro de hastío vino por parte del púca. Doyle se puso en pie sobre sus patas de mono y se agarró el rabo.

—Hemos desertado, Peck, no hace falta que sigas haciéndote el valiente.

—Puede que haya desertado, pero aún me debo a mi patria y a mi reina —dijo con orgullo, dándose un golpe en el pecho.

A esas alturas, Warren ya comenzaba a dar su misión por perdida. Estaba claro que aquellos dos charlatanes no estaban ya con el resto y no iba a merecer la pena indagar más. Lo mejor que podía hacer era volver al principio, seguir a los fenianos y, con suerte, dar con ambos ejércitos feéricos.

Se puso en pie, se echó el fusil a la espalda y recogió el rifle de Smith, que se había quedado a los pies del wendigo, aún sentado cerca de ellos como un obediente perro guardián.

—No puedes marcharte —murmuró la muchacha—, tú eres el único que puede ayudarme.

—Si es para aguantar a esos dos payasos, olvídese.

—Puedo pagarte, serás rico si me ayudas —le imploró la muchacha juntando las manos. Warren había visto la desesperación en muchos ojos, pero en los suyos había algo diferente. Miedo, rabia, convicción; la desesperación no era sino tan solo el hilo que ataba aquellos sentimientos.

Había encendido una chispa de curiosidad en su interior, pero no lo suficientemente intensa como para que rechazase el contrato de Grant de buena gana. Negó con la cabeza y se dispuso a marcharse de allí, era lo mejor que podía hacer.

Ella trató de retenerle un instante más, pero su pierna mala le jugó una mala pasada y cayó a la tierra antes de llegar siquiera a agarrar su brazo.

—¡Al menos escucha lo que te tengo que decir! —exclamó desde el suelo, sucia y magullada.

Warren dio media vuelta y la miró con lástima. Dejó sus armas apoyadas en el tronco de un árbol y le tendió la mano. En lugar de usarla para ponerse en pie, la muchacha simplemente se incorporó y se quedó sentada en el suelo.

—No puedo —negó con la cabeza, ahogando un quejido. Su venda estaba aún más ensangrentada que antes.

No les debía nada, tan solo les estaban retrasando, por ello se sintió tan estúpido cuando le preguntó si le permitía revisar su herida.

—Yo... —murmuró la muchacha con la voz entrecortada, mirándole fijamente con los ojos vidriosos.

Warren suspiró y dio por sentado que aquello era un sí., Cogió un cuchillo de su cinturón, se puso de cuclillas junto a ella y rompió el vendaje con cuidado.

—¿Pero quién se supone que le curó esto? —dijo al ver el estado de su pierna.

—Oye, no me juzgues —intervino Doyle—, la fisionomía humana es muy rara, hice lo que pude.

—Al menos le recordé sacar primero la bala —añadió Peck, orgulloso de su colaboración.

—¿Me lo recordaste?

Warren puso los ojos en blanco y cogió a la muchacha en brazos. Si había que sacar un proyectil, mejor sería no hacerlo sobre la tierra. La subió al carromato y, tras insistirle a sus dos acompañantes que su ayuda no sería necesaria, fue con ella.

11 visualizaciones0 comentarios

Entradas recientes

Ver todo

Comments


Publicar: Blog2_Post

©2021 por WesternFae (aka la corte feérica del oeste o corte del polvo)

Todos los derechos de los relatos publicados están protegidos.

bottom of page